El hombre, privado de voz, voto, -¿y responsabilidad?-

SAN SEBASTIÁN, Isabel, “Vidas molestas”, ABC, 23/12/2013.

«Lo más aterrador no es la defensa del aborto libre, sino las razones esgrimidas para exigirlo. Porque en ellas se encuentra toda la perversión del ideario que sustenta esta posición… convertir la muerte en un derecho y la vida en una imposición.»

«Quienes depositan en manos de la mujer la potestad de decidir si su hijo vive o muere, con eso de «mi bombo es mío», están facultándola, en la práctica, para determinar si la vida que ha concebido junto a un hombre, privado de voz, voto y responsabilidad, merece la pena o no. Si a ella le viene bien que siga su curso o le conviene más liquidarla. ¿Con qué derecho? El que le otorga la circunstancia de que ese ser humano… es alguien carente de derechos y sometido por completo a la voluntad ajena de la que depende su subsistencia. Una aseveración propia de la brutalidad nazi

«La consigna adoptada como bandera por los indignados de esta causa lo dice todo: «Mi-Bombo-es-Mío». O sea, no estamos hablando de criaturas en gestación dotadas de todos los atributos que nos identifican como personas únicas e irrepetibles, sino de «bombos»; vientres femeninos convertidos en objetos por quienes presumen de su feminismo. Y puesto que el «bombo» es mío, hago con él lo que me place

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«LA nueva Ley del Aborto, finalmente anunciada por el Gobierno en cumplimiento de su programa electoral, ha despertado la ira de quienes consideran que el derecho de la mujer a desembarazarse de una criatura concebida involuntariamente ha de prevalecer sobre el derecho de esa criatura a vivir. Las redes sociales arden de cólera. La «progresía» patria, encabezada por el PSOE, se rasga las vestiduras ante este presunto atropello a una «conquista» del sexo femenino considerada irrenunciable: la libertad para matar a nuestros hijos indiscriminadamente dentro de un plazo variable en función de las circunstancias.
La consigna adoptada como bandera por los indignados de esta causa lo dice todo: «Mi-Bombo-es-Mío». O sea, no estamos hablando de criaturas en gestación dotadas de todos los atributos que nos identifican como personas únicas e irrepetibles, sino de «bombos»; vientres femeninos convertidos en objetos por quienes presumen de su feminismo. Y puesto que el «bombo» es mío, hago con él lo que me place.
Con todo, lo más aterrador del debate público abierto a raíz del anuncio hecho por el ministro Gallardón no es la defensa a ultranza del aborto libre, sino las razones esgrimidas para exigirlo. Porque en ellas se encuentra toda la perversión del ideario que sustenta esta posición, esta burda retorsión de los principios que pretende convertir la muerte en un derecho y la vida en una imposición.
Quienes depositan en manos de la mujer la potestad de decidir si su hijo vive o muere, con eso de «mi bombo es mío», están facultándola, en la práctica, para determinar si la vida que ha concebido junto a un hombre, privado de voz, voto y responsabilidad, merece la pena o no. Si a ella le viene bien que siga su curso o le conviene más liquidarla. ¿Con qué derecho? El que le otorga la circunstancia de que ese ser humano sea inviable fuera de su vientre durante cierto tiempo. Lo que es tanto como decir que el dependiente es alguien carente de derechos y sometido por completo a la voluntad ajena de la que depende su subsistencia. Una aseveración propia de la brutalidad nazi.
Los abanderados del «derecho a decidir» acusan al Gobierno de actuar con hipocresía al proteger al no nacido, incluido el que sufra alguna malformación, al mismo tiempo que recorta las ayudas a la dependencia. Lo que afirman, en el fondo, es que la madre de un hijo no deseado, o víctima de alguna enfermedad, debería poder eliminarlo impunemente mientras lo lleva en su seno, dado que el Estado no garantiza su manutención. ¿Y por qué no reivindicar lo mismo con respecto a los ancianos o los enfermos incapaces de valerse por sí mismos?
¿Demandaremos el derecho a librarnos sin cargo de todas las personas vinculadas a nosotros cuya existencia improductiva complique y dificulte la nuestra? ¿Mataremos a los abuelos que no tengan plaza en una residencia estatal? Acabar con criaturas pequeñitas, deshumanizadas merced a trucos dialécticos, es un paso tan grave como fácil de dar; el primero. Una vez traspasada esa frontera, los demás vendrán por sí solos si no impedimos que triunfe este relativismo atroz.
La protección de la vida humana no es cuestión de religión o ideología, sino de principios. Ahora faltan las ayudas, los horarios, la creación de un marco sociolaboral que permita a las mujeres que lo deseen ejercitar su derecho irrenunciable a ser madres sin abdicar de cualquier otro.

Enlaces: http://www.abc.es/historico-opinion/index.asp?ff=20131223&idn=1511663743652