Edurne Uriarte: «Aquella mujer abandonada hizo de la amargura su vida» (Hijos tóxicos, Mujer hoy)
Firmas de mujeres-feministas, Relación padres-hijos, SAP, Separación padres-hijos noviembre 24th, 2013URIARTE, Edurne, “Hijos tóxicos”, Mujer hoy, 23/11/2013.
«Un vasco nacido no lejos de mi pueblo, emigró a Argentina allá por los 30 del siglo pasado, hizo una considerable fortuna y se casó... Pero, cinco hijos y más de 20 años de matrimonio después, se enamoró de otra mujer y se separó.»
«Pasaron los 30 o 40 años siguientes, los que vivió -la mujer abandonada-, alimentando su nostalgia y su victimismo. Ella jamás rehízo su vida, la gastó lamentando su desdicha y maldiciendo su abandono. Décadas de autocompasión y de desperdicio vital, sostenidas por la intolerancia y el rencor de sus hijos hacia el padre. Solo uno de los nietos, el profesor argentino de esta historia, decidió establecer, a sus 12 años, una relación con su abuelo. Fue el único que se sobrepuso al odio de sus padres.»
«Aquella mujer abandonada hizo de la amargura su vida.»
Artículo:
«Hablamos a veces de niños o adolescentes dictadores, de esos chicos que convierten a sus padres en angustiados sirvientes dedicados a satisfacerles todos sus caprichos. Que trastocan la deseable relación de guía y autoridad de los padres con los hijos por otra de sometimiento a estos. Pero no hablamos de otro tipo de abuso sobre los padres que es el de los hijos tóxicos. Hijos que normalmente han superado la adolescencia, que incluso han formado su propia familia, y que dirigen, o boicotean, la vida sentimental de sus padres. Porque sí, por el alma de pequeño dictador que desarrollaron en su infancia, porque les conviene o, bastantes veces, porque hay un dinero de por medio que temen tener que repartir con la nueva relación de su padre o de su madre.
Un profesor argentino de sonoro apellido vasco me contó hace unos días en Buenos Aires una de esas historias de hijos tóxicos, la de su propia familia. Su abuelo, un vasco nacido no lejos de mi pueblo, emigró a Argentina allá por los 30 del siglo pasado, hizo una considerable fortuna y se casó con su abuela. Pero, cinco hijos y más de 20 años de matrimonio después, se enamoró de otra mujer y se separó de su abuela. Y ahí entraron en acción los hijos tóxicos, tan frecuentes en estas historias de desamor.
Todos, los cinco, dejaron de hablar a su padre y jamás volvieron a dirigirle la palabra. Y casi tan terrible como lo anterior, pasaron los 30 o 40 años siguientes, los que vivió su abuela, alimentando su nostalgia y su victimismo. Ella jamás rehízo su vida, la gastó lamentando su desdicha y maldiciendo su abandono. Décadas de autocompasión y de desperdicio vital, sostenidas por la intolerancia y el rencor de sus hijos hacia el padre. Solo uno de los nietos, el profesor argentino de esta historia, decidió establecer, a sus 12 años, una relación con su abuelo. Fue el único que se sobrepuso al odio de sus padres.
No le pregunté qué fue de su propio padre y de los demás hijos tóxicos, si alguno de ellos ha tenido la desfachatez de tener más de un amor en su vida, o de haberse separado. Probablemente sí, los hijos tóxicos son tan incoherentes como los demás. Como una mujer que contaba satisfecha hace algún tiempo la manera en que ella y sus hermanos habían saboteado todas las nuevas relaciones de su padre viudo. Ella se acaba de divorciar, pero, eso sí, ha heredado una importante fortuna que su padre no hubo de repartir con ninguna mujer.
No dudo de que aquel emigrante vasco murió con la tristeza de sus hijos ausentes, que aquella mujer abandonada hizo de la amargura su vida. Y que ese otro hombre saboteado fue un ser débil y vulnerable probablemente sometido a sus hijos desde que estos eran niños. En parte eligieron su historia, en parte fueron víctimas de los demás. Pero lo seguro es que no recibieron demasiada ayuda de la sociedad y de la cultura de nuestro tiempo. Tan comprensiva con los derechos ilimitados de los hijos sobre los padres y que ha convertido en naturales y aceptables desgraciadas historias de rencor, intolerancia y mezquindad como las que acabo de relatar. Las de los hijos tóxicos.»
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